Caracas, 27 de agosto.- El 14 de diciembre de 2004 se creó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), propuesta por el fallecido Hugo Chávez, como respuesta al Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), proyecto que fue impulsado por Estados Unidos pero que fue rechazado por América Latina en 2005.
El “boom petrolero”. La instauración de ese bloque fue el primer gran paso de una década que estuvo marcada en Sudamérica, en su mayoría, por gobiernos de izquierda. La huella del fallecido dictador cubano, Fidel Castro, fue indudable. Su reflejo se vio en la Venezuela de Chávez, quien gobernó el país petrolero desde 1999 hasta su muerte en 2013. La alianza entre ambos líderes se basó en una relación de amistad, admiración e incluso interés mutuo, publicó El Día de Bolivia.
Durante el “boom petrolero” La Habana se vio muy beneficiado por la “generosidad” del régimen bolivariano. Se estima que entre 2006 y 2015, Venezuela exportó a Cuba 94.000 barriles de crudo por día. Ese legado fue continuado por Raúl Castro y Nicolás Maduro. La nueva “era revolucionaria”, que muchos llegaron a llamar la era “castro-chavista”, se profundizó con la llegada al poder de otros gobernantes de izquierda en la región.
En Argentina Néstor (2003-2007) y Cristina Kirchner (2007-2015) entablaron una estrecha relación con el eje revolucionario. Al igual que Evo Morales en Bolivia (2006-presente), Rafael Correa en Ecuador (2007-2017), y Lula da Silva (2003-2011) y Dilma Rousseff (2011-2016) en Brasil. Ellos conformaron el núcleo duro que se oponía a las políticas de Estados Unidos y las potencias europeas.
Chile también estuvo gobernado por el Partido Socialista de la mano de Michelle Bachelet (2006-2010), quien, no obstante, no mostró una afinidad absoluta con los padres de esta era. Caso similar fue el de Uruguay. Primero con Tabaré Vázquez (2005-2010) y luego con José “Pepe” Mujica (2010-2015). Si bien este último desde siempre mostró su tendencia socialista bien definida, y hasta mantuvo una buena relación con los jefes de Estado de la época, también ha tenido pronunciamientos en contra de ciertas realidades.
En Brasil, por su parte, se destapó la peor crisis política de su historia. La trama de corrupción Lava Jato llevó a cientos de funcionarios y empresarios a prisión. Incluso el propio Lula fue condenado recientemente a más de nueve años de prisión. Dilma Rousseff sucumbió ante ese clima y fue destituida por el Congreso, acusada de haber maquillado cuentas públicas.
Su lugar lo tomó su vicepresidente, Michel Temer, quien luego de retirarle su apoyo con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) fue acusado por la dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) de llevar a cabo un golpe de Estado en su contra. En el caso de Argentina, Mauricio Macri acabó electoralmente con el continuismo de los Kirchner.
El proceso bolivariano resiste como puede en Venezuela convertido ya en una dictadura. A día de hoy, sufre la peor crisis económica, social, política y humanitaria de su historia. Además, registra cientos de presos políticos y un presidente que demostró estar dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias con tal de perpetuarse en el poder. Su inagotable sed de poder se cobró la vida de más de 150 personas en los últimos cuatro meses de manifestaciones tras la brutal represión de las fuerzas del régimen.
En Ecuador Lenín Moreno llegó a la presidencia de la mano de Rafael Correa. Pero en sus primeras semanas de gestión dio un giro importante, para algunos inesperado. Se desmarcó de su vicepresidente, Jorge Glas, investigado por la corrupción de Odebrecht en el país, y dejó en claro el cambio que busca darle a su administración al cortar relaciones con Cuba y Venezuela. Decisiones que, lógicamente, fueron repudiadas por Correa.